España Real

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Un rey iberoamericano

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Don Juan Carlos I, igual que hiciera su abuelo, el rey Alfonso XIII, pone fin a su reinado. Las circunstancias -pese a lo que algunos se empeñen en hacernos creer- son infinitamente diferentes. Y, por tanto, muy distintas serán las consecuencias. Al frente del Estado vamos a tener a otro hombre preparado desde la infancia para guiar el timón de este barco llamado España, ahora algo maltrecho, pero que ha navegado aguas mucho más turbulentas y ha salido de ellas.

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Entre las muchas líneas que se van a escribir, no dudo que habrá incontables referencias a Iberoamérica.  Pero ese es el prisma desde el que voy a abordar estas reflexiones. Como historiadora y como americanista.

Hace apenas unos días, fui invitada a participar como ponente en unas Jornadas organizadas por la Fundación Institucional Española y la Universidad Complutense, celebradas en la Casa de América. El título no puede ser más oportuno: “España e Iberoamérica: una política de Estado. El protagonismo de la Corona“.

Mi ponencia (tal como me propusieron los organizadores) se centraba  en  Los cinco principios de la política iberoamericana de España. Estos principios, que fueron definidos por el rey desde sus primeros momentos en el trono español eran los de interdependencia, credibilidad, continuidad, indiscriminación y comunidad.

No se trata ahora de extenderme en lo que fue media hora de exposición. Pero sí quiero resaltar algunas ideas que entonces se platearon. En primer lugar, el hecho de que la política iberoamericana del titular de la Corona viene señalado por nuestra Constitución, en su art. 56:

“El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica 

La Constitución se lo exige, pero ya el Monarca había hecho suya esa obligación, cuando realizó su primer viaje fuera de España como Jefe de Estado a República Dominicana. Y en un encuentro con representantes del Congreso venezolano, en Caracas, el 9 de septiembre de 1977, el rey ya mencionaba cuáles serían esos cinco principios sobre los que se iba a articular la política española con “las naciones de su comunidad histórica”.

Hace cien años, Miguel de Unamuno afirmaba que en España existía un gran desconocimiento de la realidad americana. Se lamentaba don Miguel en 1904: “La verdad es que aquí no nos interesamos gran cosa por lo que a América respecta, hasta tal punto, que la inmensa mayoría de los españoles que pasan por ilustrados ignoran los límites de Bolivia o hacia donde cae la República del Salvador, ni los americanos sienten ganas de venir acá.”

Hoy muchas cosas han cambiado. A lo largo del siglo XX las relaciones de España y las repúblicas americanas han sido complejas, como compleja ha sido la situación política a ambos lados del Atlántico. Con el regreso de la democracia a nuestro país, se retomó –con sosiego, con prudencia, evitando falsas hegemonías-, la idea de comunidad iberoamericana. Se articula en torno a esos cinco principios que, lejos de ser inmovilistas, han ido generando fórmulas diferentes, creativas, adaptadas al transcurrir del tiempo.

Los propios discursos de tema americanista de don Juan Carlos mantienen el espíritu, pero han variado  las formas desde aquellos momentos iniciales de su reinado.

Considero paradigmáticos de esta evolución  dos aniversarios que, de alguna manera, han generado especial interés por la realidad iberoamericana y que, a la vez, han desarrollado maneras diferentes de acercarse a la gestación de un espíritu de alianza.

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Se trata de la conmemoración del Descubrimiento de América en 1992, y de la conmemoración de los Bicentenarios de las Independencias de la América continental, en la que nos encontramos inmersos desde 2009, y se mantendrá viva al menos hasta 2024, aniversario de la Batalla de Ayacucho. Los años transcurridos entre ambas conmemoraciones permiten apreciar la  evolución de la política española hacia Iberoamérica, igual que la respuesta de las naciones americanas ante esa política.

Y el resultado, la formación y consolidación de un proyecto que podemos considerar fue una apuesta casi “personal” de nuestro monarca: la Comunidad Iberoamericana de Naciones. No se ha quedado en mera declaración de intenciones. Se ha plasmado en la celebración de las 23 Cumbres Iberoamericanas de jefes de Estado y de Gobierno, celebradas anualmente desde la primera, en Guadalajara (México) de 1991. En la Declaración Final de aquella primera Cumbre se afirmaba como propuesta a futuro:  “La celebración de estas reuniones permitirá avanzar en un proceso político, económico y cultural a partir del cual nuestros países podrán lograr juntos una mejor y más eficiente inserción en un contexto global en plena transformación.”

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Así ha sido. Y el rey, como Jefe de Estado, ha tenido un papel protagónico, que ha mantenido la continuidad en entornos políticos cambiantes.

Y esa continuidad es la que la institución monárquica asegura. Alguien dijo que, mientras un presidente de república de la noche a al mañana construye un parque, un rey planta la semilla de un bosque; el monarca no verá el fruto, pero la sombra de sus árboles servirá de refresco y solaz a  la generación de sus nietos. Don Felipe de Borbón cuidará y verá crecer la semilla sembrada por su padre en la política  con las naciones de nuestra comunidad histórica.

MARÍA SAAVEDRA INARAJA. Profesora de Historia de América en la Universidad CEU San Pablo